fluye con facilida...
Más lúcido que ebrio
Mis expectativas son altas y es por los mitos. El escenario que me pinto es más o menos parecido a cuándo el protagonista de “Mouline Rouge” bebe su primera copa de absenta y aparece el hada verde: una chica de cabaret con alas. Es probable que a mí no me rodeen los hijos de la revolución bohemia y tampoco entonemos canciones que hablen de la libertad, la belleza y el amor. Tengo expectativas también de cómo será el bar y, sin previo aviso, ya estoy pensando en “el peor baño de Escocia”, aunque lo dudo, ya que he visto fotos a través de Facebook. Y se ve bastante decente.
Ahora, el momento ha llegado, mi paradero es el siguiente. Frente a mis ojos está la Catedral de Valparaíso. Es como una broma de mal gusto o quizás Dios intenta darme un mensaje; demasiado tarde, hoy lo ignoraré. Mi andanza se prolonga por unos minutos y ahí, a lo lejos veo una luz verde. La calle es estrecha y está poco iluminada, lo que da un aire lúgubre. Todo llega hasta aquí porque el portón metálico me prohíbe la entrada. A cualquiera. Las iniciales “VA” de color blanco al menos me reconfortan… no me equivoqué de dirección. Estoy afuera del bar Verde Absenta. Desde el interior se oye música irreconocible y halos de luz verde se filtran por los vitrales de la parte superior de la gran puerta cerrada. Hoy me quedo con las ganas.
No hay primera sin segunda
Las nubes acechan mi noche bohemia. Puede que sea una advertencia: incluso el clima quiere que me quede en casa. Pero mi deber me lo tomo a pecho, o mejor dicho a fondo. Hoy la lluvia es mi transporte y me dirijo a un bar parisino en el siglo XIX, como Owen Wilson en Media noche en París.
Una mirada al espejo antes de partir: pantalón negro pitillo, zapatos que combinan y un “body” ajustado; todo en orden. Mientras camino sin paraguas fantaseo: poesía y poetas, músicos, artistas de todo tipo, tabaco y marihuana… otras cosas en el toilette.
La calle luce más estrecha que la última vez que anduve por aquí. Las segundas oportunidades me vienen bien porque hoy no hay candado que tranque la puerta al paraíso. Aun así me pesa la consciencia (un poco), a mis espaldas está “Kenpo Karate”, un gimnasio en el que puedo ver como entrenan más de cinco hombres a través de la ventana. Para bajar los grados de culpabilidad me invento una excusa: yo entrenaré mi paladar.
Fuera del lugar hay un barbón que pitea un cigarro y me mira de reojo. Al parecer mi cara rebela que soy virgen en lo que se trata de beber absenta.
La vie in vert
Luces de neón verde adornan los costados de la única entrada. Me pregunto si estas puertas serán como las de la casa del vino “cuyas puertas siempre abiertas no sirven para salir”, como dice J. Teillier.
Apunto de dar el empujón para abrir la caja de pandora, veo a la sensual mujer recostada sobre su pierna izquierda en un vestido ajustado con unas pequeñas alas que salen de su espalda. Es la “Fee Verte”, el hada verde que vigila la entrada del bar. Guiñándome un ojo me invita a pasar.
El interior es hogareño y está dividido en dos sectores. La “sala principal” está tapizada de papel mural verde con adornos blancos que pretenden ser flores. Aquí hay cinco mesas y un sillón aterciopelado color rojo. Al fondo del lugar, a mano derecha, está la barra y frente a ella un mueble largo que da a entender que es viejo. Sobre él una exposición de arte independiente. Y lo mejor de todo, unos faroles como de la Belle Epoque.
La sala continua, más pequeña, está pintada de rojo. Todo el espacio se lo roba un sillón igual al primero. El lugar fue remodelado pero sigue vigente la estructura de una casa antigua. Un techo alto del que cuelgan lámparas, está de más decir de qué color son.
En busca de la elegida
No es un bar de mala muerte. Tampoco un antro de la perdición. Busco la mesa indicada y tengo para elegir porque sólo hay una ocupada. Me siento en la más cerca de la barra e inmediatamente el muchacho de chaleco a rayas, a lo beetlejuice, trae dos cartas. Una para mí y otra para J. Despliego el tríptico en la mesa y hay variedades de absenta y tragos. No tengo idea qué pedir.
Beetlejuice vuelve y enciende nuestro centro de mesa, una pequeña vela. Es un lindo adorno.
- “¿Te ayudo en algo?” – Beetlejuice, el tipo de chaleco y bufanda se asoma sobre mi hombro izquierdo
- Sí, es la primera vez que tomo absenta quería saber qué me recomiendas.
Aquí empieza el discurso, no me recomienda la Absenta Clásica ya que su sabor es amargo. Tengo la carta desplegada en mis manos y él apunta una a una las opciones. Descartado los clásicos, sólo me quedan cinco posibilidades. De apoco elimina cuatro y la difícil decisión se reduce a uno: “Antiqua Formula”. Esta botella describe a su líquido interior como:
“Color verde oliva. Aroma rico en finos matices herbáceos. Sabrosa. Intensa. Boca suave. Untuosa. Gran equilibrio entre los tonos amargos y dulces. Muy larga en el paladar. Tan agradable que invita a repetir. A diferencia de las otras, es muy apropiado consumir sola y ligeramente fría para apreciar sus cualidades”.
Nuevas amigas
El chascón del cigarro trabaja aquí. Él es el encargado de preparar mi pequeño brebaje que cuesta cinco mil pesos; lo mismo que una “promo” de otro destilado. Mientras preparan el elixir aprovecho de echar un ojo a todo lo que mi vista alcanza: la barra de madera verde tiene un gato de la fortuna blanco que balancea su brazo. Una calavera en el principio y final del mesón. Además, un pelado que conversa con el chascón y bebe vino tinto. Billie Holiday canta de fondo.
Mi cáliz lo trae “la simpática”. Una chica de contextura ancha que manda a sus compañeros de trabajo. ¿Sabes cómo se toma? No, es mi primera vez. Bueno es simple. La copa mide tan sólo unos diez centímetros y la bebida mágica sólo ocupa cinco (con suerte). La simpática pone el cubo de azúcar morena sobre la cucharilla de plata y la lleva al fuego; ahora entiendo, la vela no es un simple adorno. Vuelve la cuchara a la boca de mi copa y la posa. El azúcar burbujea y carameliza. “Ahora agrégale el agua helada”. Y el azúcar cae mientras suena como una pastilla efervescente.
Mi nueva amiga tiene sólo 42% de alcohol y 18 gramos por litro de tujona. Beetlejuice me explicó que la tujona es como el THC de la marihuana. Mientras mayor cantidad de tujona más efectos “colaterales” se percibirán. “Thujone Delirium” se llama el ajenjo más poderoso que me pueden ofrecer. Este demonio encerrado en botella está cargado con 70% de alcohol y 35 gramos por litros de tujona.
Cuántas copas de esos habrá tomado Oscar Wilde para ver las cosas tal y cómo son. Por el momento me conformo escuchando a David Bowie en su odisea espacial. Buscaré el delirio en otra aventura.
Embriágate
Mi santo grial está tibio. El líquido se ha vuelto más opaco y es el efecto del azúcar morena. Acerco la copa hasta mi nariz: un olor fuerte pero agradable. Le pido a J que lo huela, pero al acercárselo sus ojos se achinan y se inclina hacia atrás. J no ha caído en el pecaminoso camino del alcohol por lo que el aroma de mi amiga es desagradable a sus sentidos.
Un pequeño sorbo es suficiente para dejar ardiendo mi boca, garganta y estómago. Todo dentro de mí se está quemando… If you know what I mean. Es placentero. La simpática pasa sin detenerse y me dice: “debes ponerle hielo”. Me siento avergonzada. El hielo no le quita grados de alcohol o tujona. Simplemente evita que sea mortal, un shock para el cuerpo. Beberlo sin agua fría y hielo es un viaje directo al país de las maravillas junto al sombrerero loco.
Ahora mi cáliz con hielo, azúcar y agua fría está preparado como Dios manda; porque el diablo se lo toma puritano. Mi segundo sorbo no es como el anterior. La quemadura ahora es cálida. La amargura se diluyó pero el sabor me acuerda a un café expreso. El vaso se enfrío y ya estoy en mi tercer trago.
Revuelvo le mezcla y observo girar los restos de azúcar que se acumularon en el fondo. Mala idea porque al llevar el líquido a mi boca el gusto es a quemado. En menos de diez besos mi amiga se desvaneció como los 5 mil pesos que costó. Me tomé hasta el concho. Fue bueno mientras duró.
Estoy lista para la segunda ronda. La embriagues está sacudiendo mis manos y mi lengua. Estoy feliz porque sigo el consejo del poeta maldito C. Baudelaire: “hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión”. Él sabía del tema.
Rinocerontes
Charly García está rezando por mí. ¿Qué me recomiendas ahora? El chascón, detrás del mesón y delante de numerosas botellas, me explica cada uno de los tragos preparados con la bebida espirituosa. Me llama la atención el “Sueño de Heminway”. Escritor amante de la absenta que inventó este cocktail. Los rumores dicen que fue el hada verde quién lo incitó a torear. El problema es que a Heminway le gustaba la menta y a mí no, así que descartado.
Me interesa el “Mr Mojo Risin”: cerveza y verde absenta por la módica suma de 2 mil 500 pesos.
- “¿Te gusta el anís? Llevo trabajando siete años en esto y ya no lo soporto” – la cara del chascón de barba se desfiguró en una expresión de asco.
Descartado. Te recomiendo el Bulldog. Bueno, quiero ese.
Y en unos diez minutos, en los que Charly García debe haber cantado 4 canciones diferentes, aparece Beetlejuice con mi hermoso “Bulldog”. Un gran vaso con hielo frappé verde. Lo mezclan con absenta Onirique (que contiene 70% de alcohol y 10 gramos por litro de tujona) limón, zumo de naranja y azúcar flor. Para coronar el vaso se vierte una cerveza en su interior.
Con mi pajilla pruebo mi hermoso trago preparado. Es ácido y suave. El sabor a cerveza es delicado y la absenta no se percibe. Un sorbo tras otro, es como un granizado para pasar el calor de verano. Me doy cuenta que con esto no veré Rinocerontes como Dalí, porque estoy lúcida (al menos eso creo).
Las ganas de fumar un cigarro enciende mi boca. Extraño, ya que sólo fumo cuando estoy ebria.
Run, Javi, Run
Han pasado dos horas desde que llegué, son las doce en punto y J me presiona para abortar misión. La última parada que hago es al baño. Paredes verde musgo y figuras dibujadas con spray morado y plateado. Un espejo de doce por doce centímetros, un basurero y, evidentemente, un retrete.
Cuando salgo del baño aprovecho y me asomo al interior de la barra. En la esquina hay escondida una máquina para preparar café con malicia. Tentador. El pelado que tomaba vino cuando llegué ya tenía la boca morada. Hablaba en voz alta y con acento argentino:
- “Llame a una ambulancia y la tipa me dice qué si es necesario. Y le digo que sí, que el tipo esta tirado afuera sangrando”
Hace unos minutos asaltaron a un fulano que caminaba por la cuadra. El pelado se da cuenta que yo y J nos retiramos. Vayan con cuidado.
Apenas ponemos un pie fuera del bar caminamos rápido en dirección contraria de los problemas. Somos mujeres y no nos gusta el peligro, al menos no con tacos y cartera. Sin pensarlo dos veces corro. J me sigue.
A diferencia de un destilado como el pisco o el vodka, la absenta no me hace perder el equilibrio. No siento el mareo característico de la ebriedad. Me siento despierta. Incluso más parlanchina y extrovertida. Mis expectativas se están yendo a la basura; hasta el momento: no tengo revelaciones, no aparecen los escritores de mi infancia y tampoco me siento en un clímax poético. A pesar de todo eso, la absenta me pidió que no deje de visitarla. Así que volveré para entender por qué Van Gogh se cortó la oreja.
Dos cuadras más adelante J me pregunta: ¿Por qué corrimos? Sólo ahora me doy cuenta: estoy borracha.
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